Meditación sobre el desaliento, el odio y el futuro
Por Mempo Giardinelli
5 de abril 2015
Es difícil hoy dictaminar que estamos
en el final de la era kirchnerista, como se esperanzan, agrandados, en la
oposición. Pero también es difícil asegurar que el así llamado “modelo” va a
continuar. Y más arduo aún es saber cómo. Esa es la sal de la política, la
fascinación de los grandes procesos sociales.
Pero éste, si miramos la realidad circundante,
la catadura de algunos protagonistas y el inmenso poder global que los apaña,
exige extrema mesura y serenidad.
Entre 2003 y 2015, la ciudadanía asistió a
varias pulseadas que hoy deben ser leídas con
cautela y realismo. Porque la polarización actual, que sin dudas se exasperará
en los próximos meses, no resume todo lo malo. Será un rasgo característico de
la política argentina de este tiempo, sin dudas, pero lo malo por venir puede
ser mucho peor e incluso de una perversidad nunca vista, y eso que los
argentinos la vimos lunga, si cabe el lunfardo.
Lo peor que le puede pasar a un país, a toda
nación del mundo, es que el pueblo asuma y adopte los discursos más miserables.
Bien empaquetados por mentirosos profesionales disfrazados de periodistas,
dirigentes o candidatos, sólo van a conducirlo al cadalso, pero el pueblo no lo
sabe. No lo ve, no lo cree, y entonces puede suicidarse electoralmente. Ha
pasado. En la Argentina
pasó. Y decirlo no es menosprecio popular, sino crudo realismo.
El actual estado confrontativo puede ser sólo
una pantalla que confunde a las clases populares, a los desposeídos de siempre,
a las nuevas clases medias de súbito enceguecidas y confundidas por los
predicadores de TN y otros exégetas de la pequeña horda de candidatos porteños,
ambos intendentes y de muy poca cultura los dos. Es el resultado perverso del
astuto juego de la oposición, que confrontó al Gobierno acusando al Gobierno de
confrontativo.
Les salió bien, y en parte porque el Gobierno
no supo responder con serenidad y calma, con información dura y sin diálogos por
elevación. La historia pasará a todos las facturas de sus errores, pero hoy lo
que importa es reflexionar sobre el difícil presente y un futuro incierto,
acaso ominoso. Y en el que es relevante el papel que juega el odio, que es un
sentimiento inferior, mediocre y destructivo. Peor incluso que el resentimiento
y la envidia, que también son lamentables características argentinas de hoy y
que pueden explicar violencias e inseguridades. Pero es el odio lo temible,
porque el odio es letal, difícilmente curable y de otra clase. Literalmente. Y
cuando llega a una sociedad, suele quedarse. Y a veces por generaciones, porque
no es un fruto genético sino cultural.
Quizá haya que empezar a analizar desde esa
premisa los contenidos reales del así llamado “abismo” que ha partido en dos a
la sociedad argentina. O sea: desde ahí revisar algunos hechos fundamentales
que ensombrecen el futuro argentino.
Por ejemplo, cuando en 2013 el presidente de la Sociedad Rural
inauguró la exposición agroganadera, dejó en claro esa polarización: el modelo
político y económico al que adhieren los dirigentes criollos, del “campo” o no,
es exactamente el mismo que impuso en 1976 la dictadura y luego perfeccionó el
menemismo en los ’90. Bueno, con ese modelo coinciden hoy los señores Duhalde y
Sanz, De la Sota
y Aguad, Morales y Carrió, Stolbizar y Bi-nner, De Narváez y Solá, obviamente
Macri y Massa, y lamentablemente casi todo el deslucido radicalismo actual. Y
si no es así, que lo digan; pero no lo dicen.
Lo que los une es el odio de no haber podido
detener las transformaciones sociales que implantó el kirchnerismo. Desprolijas
algunas, incompletas otras, poco o nada transparentes muchas, pero
transformaciones que cambiaron el país. Típicamente peronista, el kirchnerismo
es desordenado y caótico y, parafraseando a Perón, podría ufanarse de que en la Argentina “todos somos
peronistas” y en todo caso “no es que nosotros seamos buenos, sino que los
otros son peores”. Apotegma fácilmente comprobable: antes y después del
kirchnerismo sólo hubo y habrá gobiernos peores. Nada que celebrar, si quieren,
pero a ver quién sostiene con fundamentos lo contrario.
Ahí andan decenas de economistas y abogados
que fueron funcionarios de esos gobiernos, rodeando a los apellidos arriba
mencionados. Apoyados por periodistas lameculos, fundaciones y consultoras todo
terreno, son lo peor del establishment, y de a poco van saliendo del placard y
cacarean nuevamente sus recetas. Los resultados de las cuales fueron hasta 2002
social y económicamente espantosos.
Pero el Gobierno no siempre sabe cómo
rebatirlos, lo que es más riesgoso en plena lucha sucesoria. Daniel Scioli no
gusta a todos, no enamora, pero debe reconocerse que fue perrunamente fiel en
todos estos años. Florencio Randazzo, aparente favorito, crece a ritmo
ferroviario y luce gestión ministerial aunque con poco territorio. Los otros
candidatos (Urribarri, Taiana, Aníbal y Rossi) corren de atrás, pero ninguno de
ellos desmerecería el favor presidencial. Y no incluyo en la lista al
gobernador de mi
provincia, seguro vicepresidenciable que todos irán a buscar a la hora de
definir fórmulas.
Ahora habrá que esperar las PASO, en las que
el kirchnerismo deberá eludir el tremendo error de ir “unido” y sin presentar
alternativas. Y es que la vieja, absurda manía peronista de la “unidad” no sólo
va en contra de las PASO, sino que cierra opciones, y la ciudadanía hoy
quiere eso: optar.
En los próximos meses habrá que repetir hasta
el cansancio que el odio solamente confunde. Difícil neutralizarlo, una vía
será señalar con calma y en todo momento los peligros que conlleva:
liberalización absoluta del mercado; endeudamiento externo sin control;
sometimiento a los buitres; enfriamiento de la economía; reprivatizaciones;
recortes en el gasto público; disminución de salarios; ajustes y despidos, y
otra vez un Estado idiota salvo para reprimir las protestas que van a surgir.
Y es que son demasiados los intereses que los
K afectaron. Es comprensible aunque no justificable: cómo no iban a ser
odiados.
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