¿Qué historia de la salud y la enfermedad? What history of health and disease?

Narramos la historia –cualquiera sea su énfasis, y aquí naturalmente incluyo la historia de la salud y la enfermedad– del mejor modo que podemos. No es una proposición complaciente a cualquier cosa, a un vale todo. Tengo mis predilecciones, gustos, prioridades, reservas. Me interesa la historia bien narrada que busca analizar el pasado contextualizando eventos y circunstancias, hilvanándolos entre sí de modo de poder reconstruir y explicar procesos.
Si hay algo que intentan hacer algunos historiadores –me gustaría ser considerado parte de ese grupo– es lidiar con el pasado como una totalidad donde cuentan discursos, políticas y experiencias.
No es fácil hacerlo. De una parte, se trata de mirar lo que ya pasó como una suerte de mundo complejo,contradictorio y multifacético. De otra, se trata de reconstruir ese pasado con evidencias dispares,discontinuas,sesgadas e incompletas que luego se entretejen con más o menos sofisticación. Allí están de las evidencias estadísticas –que organizan la realidad de una cierta forma– a los discursos de los políticos,que muchas veces son solo discursos y no políticas efectivamente aplicadas para incidir en la realidad.
Del registro periodístico –que no es necesariamente un cuidadoso espejo de los aconteceres cotidianos– a las reconstrucciones más o menos ficcionales que ofrecen los relatos literarios. De los recuerdos individuales o grupales –esto es, memoria histórica, que no es sinónimo de historia– a las imágenes desplegadas en una foto, una escena de una película o una propaganda. Del mundo de las ideas formuladas con más o menos claridad –las que apuntan a cambiar las cosas en algún sentido y las que apuntan a mantenerlas tal como están– al de las ideologías –que vanamente se pretenden consistentes,omnicomprensivas, sin fisuras. De las acciones u omisiones de instituciones y el Estado –a veces muy poco significativas en la vida cotidiana, otras no– a las de las organizaciones sociales, con frecuencia
dispuestas a invocarse la obligación y el derecho de hablar en nombre de la gente o de un cierto grupo.
La lista puede seguir porque todas esas evidencias son útiles, especialmente si se hace un uso crítico de ellas. Disponer de una, cien o mil de esas evidencias puede ser irrelevante si quien las lee no aspira a
contextualizarlas. Claro que es mejor tener muchas, pero es bueno tener presente que la acumulación de datos sin interpretación está más cerca del anticuariato que de la historia. Sin duda, los datos y eventos adquieren relevancia cuando son parte de procesos.

Diego Armus
Doctor en Historia, University of California, Berkeley
Profesor de Historia Latinoamericana, Swarthmore College, EE.UU.
darmus1@swarthmore.edu
SALUD COLECTIVA, Buenos Aires, 6(1):5-10, Enero - Abril, 2010


http://www.unla.edu.ar/public/saludColectivaNuevo/publicacion16/pdf/SaludColectiva.pdf

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