Scioli Zannini...y veremos



Ni monjes ni chinos : peronistas

La elección del vice de Scioli se inscribe en la tradición peronista de candidatos “inesperados” que exploran consensos amplios o intentan garantizar la gobernabilidad. Zannini es la memoria y el corazón del proyecto: la mesa chica de la mesa chica, tres décadas junto a los Kirchner. Coyuntura, contexto e historia para entender la alineación del polo peronista a meses de una elección que finalmente dará por terminada la crisis de representación política.


Si aceptamos la vieja máxima de Maquiavelo, para gobernar hay que detentar fortuna y virtud. Es decir, para tener éxito en la vida política, hay que lograr conducir ese imprevisible caudal de contingencias que rigen la vida en sociedad, como una guerra, un desastre natural o la irrupción de una nueva clase social. Y, a la vez, construir estructuras para quedar bien posicionado en el momento en que los dioses que votan y marcan el rumbo de la democracia decidan a quien van a elegir para permitir hablar y actuar legítimamente en su nombre. En síntesis, edificar partidos políticos nacionales para acceder a la presidencia de la Nación y, luego, gobernar de forma eficaz para volver a presentarse en elecciones unos meses después y renovar la confianza de los ciudadanos para que acepten ser representados.

El 16 de junio de 2015, Daniel Scioli, uno de los dos precandidatos presidenciales del Frente Para la Victoria (FPV) al momento de escribirse este artículo, anunció que invitó Carlos Zannini a compartir su fórmula. Lo declaró por teléfono en el canal de noticias C5N. Dijo que tras una conversación con la presidenta Cristina Fernandez de Kirchner, acordaron esa posibilidad. Si resultan victoriosos, Zannini presidirá el Senado de la Nación, será el vínculo con el Poder Legislativo y, ante la ausencia, incapacidad, muerte o renuncia del primer mandatario, ocupará su lugar. La decisión se comunica como suele comunicar el kirchnerismo: en forma inesperada, dejando clarosocuros (Según Scioli, Zannini dijo que para él era un honor acompañar a quien había sido vice de Néstor), haciendo estallar la agenda, descolocando a propios y extraños.

Zannini no goza de un alto conocimiento popular; hasta hoy pocos conocían su rostro o su nombre. En los medios y en las redes la palabra clave de ayer fue “sorpresa”. Las interpretaciones extremas fueron desde la expresión “Cristina y La Cámpora tendrán el poder” a “Scioli negocia con cualquier cosa”. La realidad siempre se aleja de los extremos y de las simplificaciones. Basta con mirar la política, la rosca política, cada cierre de lista desde el regreso de la democracia –para no irnos más atrás- y ver cómo se gestaron y decidieron las fórmulas, cómo se construyen coaliciones hacia dentro y hacia afuera de los partidos. Entonces: ¿hay sorpresa? Sí. ¿Es una sorpresa no tan sorpresiva si se miran las coyunturas, el contexto y la historia? También. Me cuentan los anfibios que ayer fue la primera clase del seminario de periodismo político de Mario Wainfeld. Mario dice muchas verdades y entre ellas dijo que los periodistas de política –no todos-, los que cubren habitualmente la política nacional o provincial o municipal, desprecian la política. Desprecian a los políticos. Y que ese desprecio se convierte luego en dificultad para analizar, saber leer, proyectar escenarios.
La elección de Zannini se inscribe en la tradición peronista de candidatos “inesperados” que exploran consensos amplios o intentan garantizar la gobernabilidad. El propio Scioli fue vice del FPV en 2003. Más lejos en el tiempo, María Estela Martínez lo fue en 1973. ¿Y no fue acaso el contralmirante Alberto Teisaire, proveniente de la Marina, también un misterio a los pocos días de anunciarse las elecciones para vicepresidente de 1954? ¿Y quién del núcleo kirchnerista o de la oposición tomó con naturalidad, en un primer momento, a Amado Boudou? ¿Alguno recuerda que una de las opciones de las que se hablaba para vice de Cristina en 2011 era Zannini?

Zannini no es un monje negro ni una supuesta ala comunista del gobierno. Zannini es cordobés. Abogado. Participó de una agrupación maoísta en su juventud llamada Vanguardia Comunista. Estuvo cuatro años encarcelado por la última dictadura militar. Cuando recuperó la libertad, continuó el exilio interno en el sur, donde conoció a Néstor y Cristina Kirchner y se inició en la militancia justicialista. Se dedicó a la política como profesión de tiempo completo y recorrió casi treinta años de trabajo en el equipo del matrimonio Kirchner. Fue secretario de Gobierno en la Municipalidad de Río Gallegos, ministro de Gobierno de Santa Cruz, diputado provincial y, en 1999, presidente del Superior Tribunal de Justicia de la provincia. Desde el año 2003 es secretario Legal y Técnico de la Presidencia: el arquitecto de todas las normas y decisiones administrativas que la máxima jefatura del país emite, comunica en el Boletín Oficial y aplica.

Eduardo “Wado” de Pedro, Secretario General de la Presidencia de la Nación, integrante de la conducción de La Cámpora saludó con dos tuits la postulación de Zannini:


Carlos es la memoria y el corazón de este proyecto, estuvo siempre junto a Néstor y Cristina
— Wado de Pedro (@wadodecorrido) junio 17, 2015

Es una gran decisión de @danielscioli ofrecerle a Carlos Zannini la candidatura a Vicepresidente de la Nación
— Wado de Pedro (@wadodecorrido) junio 17, 2015
Es el “corazón” del proyecto (forma parte de la mesa chica de la mesa chica) pero también la memoria. Tres décadas con los Kirchner. El 9 de abril de 2012 se inauguró el edificio nuevo de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, llamado “Néstor Kirchner”. Hablaron varios esa tarde pero la sorpresa fue Zannini que se decidió a hablar cuando se enteró de que había habido discusiones y peleas en el Consejo Académico por el nombre del edificio. Guardián de la memoria del proyecto, Zannini habló –lo ha hecho pocas veces-, se emocionó recordando sus años junto a Néstor, y fue, por lejos, el más aplaudido por los miles de jóvenes que escuchaban. ¿Será este el perfil que adoptará el flamante vice en la campaña? No lo sabemos, pero puede aportar esa memoria emotiva K que Scioli (aún con doce años junto al kirchnerismo) no consigue trasmitir al núcleo duro del votante kirchnerista que siempre ha desconfiado de él.

Por su trabajo, a lo largo de los doce años de los tres mandatos del FPV, Zannini y sus colaboradores participaron de todas las iniciativas del gobierno, grandes o pequeñas. Conoció las negociaciones con los factores de poder, empresariales, sindicales, financieros, eclesiásticos y comunicacionales, tanto nacionales como internacionales. Opinó en la consolidación de la experiencia de la Transversalidad, una alianza con fuerzas de centro izquierda tras la crisis del 2001-2002; de la Concertación de 2007, con la coalición con los demonimados “radicales K” (cinco gobernadores de la UCR que apoyaron al FPV; por ese acuerdo Julio Cobos llegó a la vicepresidencia); del “modelo de desarrollo con inclusión social” después del conflicto de la “125” y de su la victoria electoral en el 2011, con el mayor nivel de votos del actual ciclo democrático (54%). Todos los analistas coincidieron: si Zannini acepta, es una clara manifestación de que Scioli fue autorizado por CFK para hacer su campaña presidencial como representante de su legado.

Para una nota sobre Scioli que Anfibia publicará en breve, Gustavo Marangoni, presidente del Banco Provincia, ideólogo del sciolismo, dijo que si el gobernador bonaerense fuese presidente, sus militantes se reconocerían en la línea histórica Alberdi-Perón. Juan Bautista Alberdi, tucumano, hijo de un patriota de la Independencia, intelectual de la Generación de ‘37, fue el autor del libro Las Bases, que influenció la Constitución Argentina de 1853. Embajador de la Confederación Argentina, se opuso a la guerra que destruyó al Paraguay. Una figura que cada grupo político en los últimos 150 años reconstruyó resaltando alguna de sus múltiples facetas y omitiendo otras.

Tal vez el sciolismo, si existiese como tal, tiene mucho de esa dificultad de clasificación que Alberdi representa para las tradiciones políticas nacionales. Por un lado, algunos críticos dirán que es un liberalismo federal, con intención de asegurar la esfera de lo privado y su autonomía en manos de los individuos y las provincias y no de las iglesias o el Estado central. Por otro lado, sus detractores afirmarán que es un conservadurismo popular, de matriz religiosa y por esos las evocaciones a la integración nacional, la solidaridad sin conflictos de clase y lo popular en tanto anti-elitismo. La mayoría mencionará que pertenece a la estirpe de los peronismos, que en sus setenta años de existencia, con excepción de los ciento veinticinco meses del gobierno de Carlos Menem, tuvo un sesgo industrialista, estatista, latinoamericanista, obrerista y cristiano. Por la inmensidad de su entramado organizativo, es probable que tenga elementos y hombres y mujeres de todas estas tradiciones y del producto de una clase social y política que vivió varias dictaduras cívico-militares, la Guerra de Malvinas, la caída del Muro de Berlín, la globalización norteamericana, el neoliberalismo, su ocaso en el 2001, la duplicación del PBI en los últimos años, la alianza con Brasil y el PT, la reforma social de bienestar, la nacionalización de servicios públicos y empresas estratégicas, el ingreso masivo de la inversión china y los juicios a los culpables del terrorismo de Estado. Por eso, el umbral de los votos posibles que tiene es, según todos los encuestadores, considerablemente alto.

Pero si se pelean tanto y tienen tantos intereses y maneras diferentes de pensar la representación partidaria, ¿por qué siguen juntos los peronistas? Si son tan numerosos, que la mayoría de los dirigentes políticos se reconocen o mencionan ese origen o esas ideas, ¿por qué desde las elecciones de 1946 necesitan construir coaliciones, muchas veces problemáticas, con otros partidos para ganar? Una primera respuesta podría ser que la Argentina, desde mediados del siglo pasado, se estructuró en torno a dos polos que concentraron el voto nacional: el no-peronista y el peronista. En el 2001 uno de los dos sufrió la pérdida de casi todo su caudal electoral, que recupera gradualmente desde entonces, hoy organizado en torno al acuerdo PRO-UCR, que hasta el consultor más precavido coloca elevando su umbral de las elecciones del 2007 y 2011. El otro, el peronista, se reconfiguró. Cambió su agenda de demandas sociales y amplió la coalición a la centro-izquierda para atraer a los sectores que se habían ido del entramado partidario con el giro al mercado en 1990. Esa transformación, fue en detrimento de su sólida base de centro-derecha, que se fue alejando hacia a otros frentes partidarios, generalmente, provinciales. Como resultado, mantuvo un dominante nivel electoral desde el 2005 hasta hoy. 

En este laberinto del polo peronista y sus opciones internas y aliados externos, Scioli-Zannini intentarán obtener apoyos en una estructura partidaria de alcance nacional y federalizada en los hechos, por efecto de las leyes de partidos y de la Constitución. En los próximos días se verá cómo se posicionan los sectores de la constelación del FPV ante esta fórmula. Sus bases sindicales, en su mayoría, seguramente se unificarán. Sus redes políticas de funcionarios, llamados “cuadros”, disputarán espacios estatales. Los gobernadores, que concentran el conocimiento local y el poder territorial en sus provincias, harán valer el peso de sus distritos y de sus senadores.

El 9 de agosto, se realizarán las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). El 25 de octubre, las elecciones nacionales. Con los problemas y vaivenes de cualquier país de la región, nadie vaticina hoy un cambio de gobierno caótico o de crisis profunda. El tamaño de la economía argentina fue en 2014 de $904.525.899 (medido en millones de pesos): puesto 20 o 21 a nivel mundial. Los servicios de bienestar social del Estado serán, según lo previsto por el presupuesto de este año, de $734.155.007.396. Esto también se juega en la próxima elección.

Es imposible saber si la fortuna bendecirá a Scioli-Zannini. La ciudadanía tiene esa potestad. En las últimas décadas castigó y premió tanto al radicalismo como al peronismo. Ahora la derecha compite con un partido propio –aliado al radicalismo- y aspira a gobernar. Es claro que los partidos buscaron la virtud al reconfigurar sus estructuras esperando el veredicto popular. Es una obviedad pero a veces se olvida: se gana con votos. La participación electoral será, una vez más, elevada. La crisis de representación política que asoló al país puede darse por terminada. Si es que alguna vez existió con la profundidad que la sentimos muchos de nosotros.

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